El dilema de la voluntad política

Por Adrián Paenza

Hablemos un poco de ciencia en estos últimos treinta años. Haber vuelto a la democracia, tal como se vio a lo largo de estas tres décadas, no necesariamente garantizó un retorno al paraíso.

De hecho, el gobierno más débil, el que menos aval tuvo en las urnas (un 22 por ciento de votos con los que ganó Néstor Kirchner) fue el que produjo el primer “quiebre” y cambio fundamental.

Me explico. Alfonsín tuvo un apoyo descomunal, no sólo por parte de quienes lo votaron, sino por parte de todo el resto que quería respirar, vivir en un clima de libertad, sin opresiones ni censuras ni crímenes ni desapariciones. Su llegada fue un símbolo: “Con la democracia se come, con la democracia se cura, con la democracia se educa”. Sí, todo eso es cierto, pero después hay que poner el dinero, porque nadie trabaja gratis (ni debería hacerlo), nadie construye sin materiales, nadie siembra sin semillas, nadie cura sin medicamentos.

Alfonsín tuvo un gesto muy particular al designar a don Manuel Sadosky al frente de lo que hoy sería el Ministerio de Ciencia y Técnica. Pero tal como sucedería por más de veinte años (hasta 2003), los presupuestos e inversiones en ciencia fueron siempre miserables migajas con valor simbólico, pero nunca hubo una política de Estado que le diera entidad a la ciencia como un componente determinante e importante en la generación de un país distinto. Para ello hace falta presupuesto: no hay otra.

Acompañando esta nota hay un par de cuadros.

Este tipo de cuadros no siempre son revisados por el lector con detenimiento, sino que parecen ser una suerte de “adorno”. Le propongo que esta vez no sea así. No importa cuál es o sea mi opinión al respecto. No importa cuánto aborrezca yo toda la época menemista de entrega vergonzosa, de relaciones carnales, de “pizza y champagne”. No importa si usted estuvo a favor de la Alianza (y lamentablemente yo estuve y la voté) porque se comprometieron a hacer algo que nunca hicieron (hablo de ciencia, pero usted cambie el rubro por el que prefiera). Cuando anunciaron en su plata* forma que llevarían el presupuesto para ciencia y técnica al uno por ciento del Producto Bruto Interno (PBI), yo “compré” inmediatamente: les creí. Pero después Dante Caputo, en una memorable (para nosotros) entrevista en Día D, junto a Horacio Verbitsky, terminó reconociendo sin “despeinarse”: “Paenza, eso es mucho dinero”.

¿Mucho dinero? Sí, claro que es mucho dinero, sobre todo si ustedes no están dispuestos a cumplir con sus promesas.

Es por eso que los cuadros que acompañan la nota son tan importantes. Los datos comienzan en el año 1996, pero marcan una tendencia. Fíjese cómo es posible, sin conocer a ninguna de las personas involucradas (presidentes o secretarios de Ciencia circunstanciales), entender cuáles eran las intenciones: el porcentaje —entre 1996 y 2002- estuvo oscilando como máximo en el 0,45 por ciento (en 1999) y mínimo en el 0,39 por ciento (en 2002).

Pero no bien llegan al gobierno los Kirchner, la situación cambia, la tendencia cambia. Del 0,41 por ciento en 2003 se pasa a un 0,65 por ciento en 2011 y la estimación para 2012 es de un 0,74 por ciento, aunque la gente del Ministerio de Ciencia y Técnica prefiere que no use esta estimación por temor a que el número sea un poco menor. No importa: si el número no es exactamente ése, la tendencia se mantendrá. Es un salto brusco, fundamental, fundacional. Es un incremento de más del 80 por ciento. Eso sí que es mucho dinero. ¿Suficiente? Seguro que no, seguro que aún hoy todos los que estamos involucrados en producir y/o difundir la ciencia en el país, en promoverla, en mostrad la necesidad de ser independientes produciendo lo que nosotros necesitamos, resolviendo los problemas que nosotros tenemos, tomando las decisiones en términos de energía, farmacología, nanotecnología, biogenética, creación de software, fabricación de reactores nucleares, lanzamiento de satélites, biotecnología, criptografía, etc; etc. consideramos que es insuficiente. Y está bien que así sea.

Pero los datos no se terminan ahí. Si uno quiere mirar lo que sucede en el Primer Mundo, allí está Japón invirtiendo el 3,26 por ciento del PBI en 2010. O los Estados Unidos (con todas las crisis que atraviesa) con el 2,9 por ciento en 2009 o Alemania con el 2,82 por ciento en 2010 también. Revise la lista y vea lo que sucede ahora con la Argentina.

Dentro de los países con los que podemos compararnos, solamente estamos debajo de Brasil, pero si el porcentaje estimado de 2012 (0,74 por ciento) se confirma, estaremos casi un 60 por ciento por encima de México y de Chile. Y si se prefiere elegir el del año 2011, con el valor de 0,65 por ciento, entonces invertimos casi un 40 por ciento más que México, que tiene el triple de habitantes que nuestro país.

Eso es poner el dinero donde uno pone la boca. Si uno se va a comprometer a mejorar la calidad de vida de la población, la inversión en ciencia y técnica es determinante. ¡No hay ninguna otra forma! Ninguna… salvo, que el precio a pagar sea la independencia.

Entonces sí, busquen a Menem o a Cavallo.  Ellos sí que saben cómo se hace. No por nada, siendo ministro de Economía, Cavallo mandó a los científicos a lavar los platos: toda una declaración de principios.

Esta nota se supone que hacía una reflexión sobre los treinta años que pasaron, sobre lo que significaron para la ciencia en democracia. Me da un poco de pudor no poder satisfacer a los editores del diario que me la pidieron. Sadosky fue una persona extraordinaria para el país. Otra vez: “fuera” de lo ordinario, “extraordinario”… pero sin plata. La clase política no pudo (o no quiso) ver nunca lo que significa la inversión en ciencia, trazar políticas que tuvieran que ver con pensar un país que vivirían los ciudadanos en una época en donde ellos ya no serían “el poder”. Esa fue la gran visión de Néstor Kirchner. Esa es la gran visión de Cristina, más allá que usted esté de acuerdo con ella o no. Cuando pase el tiempo, cuando se haga una mirada retrospectiva y un análisis más sobrio y honesto de su gestión, su aporte en este sentido le permitirá ocupar un lugar muy destacado en la historia argentina, lo mismo que Néstor, quien fue el que lo inició, hace diez años.

Claro que importa la democracia, pero hay mucha gente del ambiente científico que se cuestiona hoy lo que sucederá en el país si hay un cambio de orientación política en 2015. ¿Habremos madurado para entender que aun sin Cristina (y sin Lino Barañao) no podemos darnos el lujo de prescindir del lugar que hoy ocupa? De hecho, es obvio que a ningún gobierno se le ocurriría prescindir del Ministerio de Educación, y eso sucede porque todo el mundo comprende la importancia de proveer una educación básica a la población, pero ¿un Ministerio de Ciencia? Por último, y antes de dejarla/dejarlo en compañía de los cuadros que figuran acompañando la nota, quiero hacer una reflexión junto a usted, que está leyendo estos datos. No sólo aumentó el porcentaje del PB1 que se invierte en Ciencia y Técnica, sino que, como ese PB1 fue aumentando a lo largo de los años, hagamos el análisis usando una moneda un poco más estable que la nuestra -digamos el dólar o el euro, aunque entiendo la inflación que vive el Primer Mundo también- pero para hacer cuentas que nos dejen más tranquilos.

En el año 2002, de acuerdo con los datos que provee el FMI (fuente insospechable, ¿no? nadie diría que está a favor de este gobierno…) el PB1 de la Argentina fue de 97.732 millones de dólares. La Argentina, ese año, destinó el 0,39 por ciento del PBI a la investigación, o sea, alrededor de 381 millones de dólares. El año pasado, 2012, el PBI (siempre con estimaciones del FMI) del país fue de 474.890 millones de dólares, y el porcentaje destinado a la ciencia y a la técnica se estima en alrededor del 0,74 por ciento. ¿Quiere hacer la cuenta conmigo? Eso significa, 3514 millones de dólares… o sea, ¡casi 10 veces más! y en solo diez años. Pero como los datos de 2012 no están confirmados aún, hagamos las cuentas usando los números de 2011 y comparémoslos con los de 2002.

En ese caso, siempre en millones de dólares, el PBI fue de 447.179 y el porcentaje dedicado a la ciencia y la técnica fue del 0,65 por ciento, o sea, 2907. Si usted divide 2907 por 381 descubre que aun tomando este camino más conservador, el número se multiplicó casi por ¡ocho! [1] Eso sí, no tengo dudas de que con la democracia, seguro que se cura, se educa y se come… pero, créame que el dinero que uno destina a esos efectos ayuda muchísimo.

[1] En realidad, 2907 dividido por 381 es 7,6299 (casi 7,63).

Nota publicada en el diario Página 12 en el suplemento 30 Años de Democracia el Martes, 10 de diciembre de 2013.

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